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jueves, 10 de mayo de 2007

SENTIDO DEL SUFRIMIENTO (10 - MAYO - 2007)

Un buen amigo mío me hablaba de varios amigos suyos, a quienes acompaña ahora especialmente, que se enfrentan con enfermedades de mal pronóstico: malo porque no tienen curación y avanzan rápido; malo porque son dolorosas; malo por tantos que sufren con ellos. Y así, hablando, surgió la pregunta sobre el sentido del dolor y del sufrimiento.
La pregunta es vieja, y la respuesta no es sencilla. Por otro lado, ¿cómo pretender dar respuesta al dolor ajeno cuando quizá nunca se ha sufrido lo que el otro ahora padece? Hay preguntas cuya respuesta la tiene Dios; y preguntas cuya respuesta es Dios mismo. No sé con qué esperanza mira al sufrimiento quien no tiene a Dios como Padre. Los católicos afrontamos el sufrimiento con esperanza mirando a la Cruz.
No hay respuestas al sentido del dolor que hagan grato el padecerlo. La Cruz será siempre un misterio. Y ante ese misterio, lo que Dios hizo con su Cruz fue… ¡abrazarse a Ella! Y a eso nos convoca: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame”
[1]. Jesús, pocas horas antes de su Pasión, nos decía: “A donde yo voy sabéis el camino.”[2] Llegar a Dios por el camino del dolor: lo hemos visto en la vida y muerte de algunos amigos.
El sufrimiento es una evidencia incuestionable e insoslayable. Está ahí y siempre llega. No hay que evitarlo, sino afrontarlo. La pregunta correcta no es “¿por qué a mí?”, sino “¿para qué?”, o quizá mejor, “¿para quién?”, o también “¿con quién?”. El amor nos capacita fundamentalmente para sufrir, y no únicamente para gozar. Hay muchos padres y madres de familia que pueden explicar esto muy bien.
Dios necesitó el consuelo de un ángel en Getsemaní y la ayuda del Cireneo en su particular Vía Crucis. Por eso creo que la labor de compañía que realiza mi amigo con sus amigos enfermos es divina, porque “cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis”[3].
[1] Lc 9, 23
[2] In 14, 4
[3] Mt 25, 40

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