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jueves, 22 de marzo de 2007

DIGNIDAD E INDIGNIDAD (22 - MAR- 2007)

A la vista de muchas de sus decisiones, con frecuencia me pregunto qué entenderán los miembros del Gobierno por persona humana, y en qué convicciones fundamentarán su voluntad de proteger la dignidad de la persona. Porque verdaderamente, en muchos de los desacuerdos que tengo con esas decisiones suyas, hay un problema básico de dignidad. De dignidad humana.
Es muy grave que no haya un acuerdo sobre lo que se entiende cuando se habla de persona y de dignidad humana. Porque sobre la solidez de estos conceptos descansan los derechos humanos, que son “exigencias imprescindibles de esta dignidad.”
[1] Porque “la raíz de los derechos del hombre está en la dignidad que pertenece a todo ser humano”[2]. Porque “la fuente última de esos derechos no se encuentra en la mera voluntad de los seres humanos […] o en los poderes públicos, sino en el hombre mismo y Dios su Creador”[3]. Porque el fin último de la sociedad es el respeto de la dignidad de la persona humana[4] y la tutela de sus derechos que por su dignidad tiene. Y ¿qué derechos ha de proteger un Gobierno que se equivoca al entender qué es el hombre?
En el mensaje Mundial de la Paz, Benedicto XVI ha hablado de la suma importancia y necesidad de tener claro el concepto de persona y de su dignidad, porque “una consideración “débil” de la persona, que dé pie a cualquier concepción […], abre las puertas a la intervención de imposiciones autoritarias, terminando así por dejar indefensa a la persona misma y, en consecuencia, presa fácil de la opresión y la violencia.” Y como alertaba el Papa, existe un grave peligro que amenaza la paz: “la indiferencia ante lo que constituye la verdadera naturaleza del hombre”
[5]. En esta batalla ideológica está en juego nuestra misma dignidad, que es más que nuestra propia supervivencia.

[1] Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n. 152
[2] Ibid, n. 153
[3] Ibid, n. 153
[4] Cfr. Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n. 132
[5] Mensaje Mundial de la Paz. Benedicto XVI, 7 de noviembre, 2006

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