He leído hace unos días este elogio a la maternidad: “Sólo una madre humana puede participar en el milagro creador de Dios. Las madres están más cerca de Dios Creador que ninguna otra criatura; Dios se alía con las madres para realizar este acto de la creación… ¿Qué hay en este mundo más glorioso que ser madre?”[1]
En dos ocasiones nos cuenta el Evangelio de San Lucas que “María guardaba todas estas cosas [, las cosas de su Hijo,] ponderándolas en su corazón”[2]. Antes pensaba que eso lo hacía la Virgen porque su Hijo era quien era: el Hijo de Dios. Pero ahora creo que no es sólo por eso. María reflexiona y aprende de su hijo sencillamente porque Ella es Madre. Como María, toda madre necesita tiempo para reflexionar, para meditar en su corazón las maravillas que Dios enseña a través de la maternidad.[3]
Esta mañana me han preguntado quién soy yo para hablar sobre la maternidad. Desde luego, ningún varón será madre jamás: digan lo que digan algunos. Tampoco ninguna mujer ha sido madre antes de su primera vez. Si ellas se atreven a SER madres sin experiencia previa, quizá yo pueda atreverme a HABLAR. Por otro lado, todos tenemos una madre a la que agradecer nuestra existencia.
Tampoco San Pablo fue madre. Y también él habló de maternidad. Y, a aquellas madres que ya han visto crecer a sus hijos, les pide que sean “maestras del bien, para que enseñen a las más jóvenes a amar […] a sus hijos”[4].
Y pensaba en el aborto. En el gran bien que harían muchas madres si se empeñaran y asociaran para mostrar a tantas otras, desorientadas, su sabiduría maternal atesorada por años. La razón y el sentido de la maternidad juegan a nuestro favor: ninguna madre desea el aborto: ¡Cuántas hubieran agradecido una alternativa!… ¡Cuántas hubieran agradecido haber oído hablar de la aventura de dar la vida!...
En dos ocasiones nos cuenta el Evangelio de San Lucas que “María guardaba todas estas cosas [, las cosas de su Hijo,] ponderándolas en su corazón”[2]. Antes pensaba que eso lo hacía la Virgen porque su Hijo era quien era: el Hijo de Dios. Pero ahora creo que no es sólo por eso. María reflexiona y aprende de su hijo sencillamente porque Ella es Madre. Como María, toda madre necesita tiempo para reflexionar, para meditar en su corazón las maravillas que Dios enseña a través de la maternidad.[3]
Esta mañana me han preguntado quién soy yo para hablar sobre la maternidad. Desde luego, ningún varón será madre jamás: digan lo que digan algunos. Tampoco ninguna mujer ha sido madre antes de su primera vez. Si ellas se atreven a SER madres sin experiencia previa, quizá yo pueda atreverme a HABLAR. Por otro lado, todos tenemos una madre a la que agradecer nuestra existencia.
Tampoco San Pablo fue madre. Y también él habló de maternidad. Y, a aquellas madres que ya han visto crecer a sus hijos, les pide que sean “maestras del bien, para que enseñen a las más jóvenes a amar […] a sus hijos”[4].
Y pensaba en el aborto. En el gran bien que harían muchas madres si se empeñaran y asociaran para mostrar a tantas otras, desorientadas, su sabiduría maternal atesorada por años. La razón y el sentido de la maternidad juegan a nuestro favor: ninguna madre desea el aborto: ¡Cuántas hubieran agradecido una alternativa!… ¡Cuántas hubieran agradecido haber oído hablar de la aventura de dar la vida!...
[1] The Cardinal Mindszenty Foundation, P. O. Box 11321, St. Louis, MO 63105
[2] Lc 2, 19
[3] “El amor que da vida”, Kimberly Hahn. P. 183
[4] Ti 2, 4–5
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